domingo, 7 de agosto de 2016

ESPAÑA: "Los partidos han ocupado el Estado y sus instituciones” -- Decia Enrico Berlinguer hace 35 años refiriendose a Italia -- 28 de julio 1981 -- ¿España hoy? -- Una casta sucia y mafiosa se ha apoderado de nuestras Instituciones

Bettino Craxi. Murió en el exilio huyendo de la Justicia Italiana
A la izquierda  Ronald Reegan

Hace 35 años, el 28 de julio de 1981, el entonces director del diario La Repubblica, Eugenio Scalfari, hizo una larga entrevista a Enrico Berlinguer, secretario general del Partido Comunista Italiano. En ella, por primera vez, Berlinguer hablaba de la “cuestión moral” y la definía no como la presencia de corruptos y ladrones en la política o en la administración sino como la ocupación sistemática del Estado y las instituciones por parte de los partidos políticos. 

Enrico Berlinguer

“Los partidos ya no hacen política”, me dice Enrico Berlinguer, con un surco amargo en la boca y un velo de nostalgia en la voz. Me produce una sensación extraña oírle pronunciar esta frase. Estamos metidos en la política hasta el cuello: los periódicos y la televisión rebosan de noticias políticas, de personajes políticos, de batallas políticas, de eslóganes políticos, de fórmulas políticas, hasta tal punto que los italianos ya están hartos, rechazan la política y un viento de pasotismo sopla con fuerza desde los Alpes hasta Marsala… 

“No, no es así”, dice él moviendo la cabeza desconsolado. “Se hacía política en 1945, en 1948 e incluso en los años cincuenta y hasta finales de los sesenta. 
Importantes debates, importantes confrontaciones de ideas y, sin duda, incluso de intereses, pero iluminados por perspectivas claras, aunque fueran divergentes, y por el propósito de asegurar el bien común. ¡Qué pasión había entonces, cuánto entusiasmo, cuánta rabia justa! Pero sobre todo había un afán de entender la realidad del país e interpretarla. Y entre adversarios se apreciaban. De Gasperi apreciaba a Togliatti y a Nenni y era un sentimiento correspondido, a pesar de la dureza de las polémicas.         

¿Y hoy ya no es así?
Creo que no: los partidos se han pervertido y esta es la causa de las desgracias de Italia.

¿Se ha acabado la pasión? ¿Ha decaído el aprecio recíproco?
Para nosotros comunistas la pasión no ha decaído. ¿Pero para los demás? No quiero dar un juicio y meterme en los asuntos ajenos pero los hechos existen y son bien evidentes. Los partidos actuales son sobre todo máquinas de poder y de clientelismo; hay un escaso o mistificado conocimiento de la vida y de los problemas de la sociedad, de la gente; las ideas, los ideales, los programas son pocos o vagos; los sentimientos y la pasión civil, cero. 

Administran intereses, los más disparatados, los más contradictorios, algunas veces incluso sospechosos, en cualquier caso sin ninguna relación con las exigencias y las necesidades humanas emergentes, o distorsionan esos intereses, sin perseguir el bien común. 
Su misma estructura organizativa está conformada de acuerdo con este modelo, y ya no son organizadores del pueblo, formaciones que promueven el desarrollo civil y la iniciativa: son más bien federaciones de corrientes, de camarillas, cada una con un “jefe” y “subjefes”.  

Hace poco me ha dicho que la degeneración de los partidos es el punto esencial de la crisis italiana.
Eso es lo que pienso.
¿Y cuál es el motivo?
Los partidos han ocupado el Estado y todas sus instituciones, empezando por el Gobierno. Han ocupado los organismos locales, los organismos de la seguridad social, los bancos, las empresas públicas, los institutos culturales, los hospitales, las universidades, la televisión pública y algunos grandes periódicos. 
Por ejemplo, hoy existe el peligro de que el mayor periódico italiano, el Corriere Della Sera, caiga en manos de este o de aquel partido o de una de sus corrientes: pero nosotros impediremos que un órgano de prensa tan importante como es el Corriere tenga un final tan triste. 
En resumen, todo está ya adjudicado y repartido o se quisiera adjudicar y repartir. Y el resultado es dramático. Todas las “operaciones” que las diferentes instituciones y que sus actuales dirigentes están llamados a realizar son consideradas prevalentemente en función del interés del partido o de la corriente o del clan a los que se va a adjudicar el cargo. 
Se concede un préstamo bancario si es útil para este objetivo, si proporciona ventajas y relaciones de clientelismo; se concede una autorización administrativa, se adjudica una contrata, se asigna una cátedra, se financia un equipamiento de laboratorio, si los beneficiarios han demostrado su fidelidad al partido que proporciona esas ventajas, aunque solo se trate de los reconocimientos debidos.   

Usted presenta un panorama de la realidad italiana que pone la piel de gallina
¿Y en su opinión no se corresponde con la realidad?
Tengo que reconocer, señor Berlinguer, que en gran parte es un panorama realista. Pero me gustaría preguntarle: si los italianos soportan este estado de cosas es señal de que lo aceptan o de que no son conscientes. 

De otro modo, usted habría conseguido la guía del país desde hace tiempo.

La pregunta es compleja. Permítame que le conteste de forma ordenada. En primer lugar: muchos italianos, en mi opinión, se dan perfecta cuenta del  mercantilismo que se hace del Estado, de los abusos, de los favoritismos, de las discriminaciones. Pero una gran parte de ellos sufre un chantaje. Han conseguido ventajas (quizá justas, pero que han obtenido solo a través de los canales de los partidos y de sus corrientes) o esperan conseguirlas, o tienen miedo de no conseguirlas nunca más. 
¿Quiere una confirmación de lo que le digo? 
Compare el voto de los italianos con ocasión de los referendos y el de las elecciones políticas y administrativas normales. 
El voto de los referendos no comporta favores, no implica relaciones clientelares, no pone en juego y no moviliza candidatos e intereses privados o de un grupo o partidistas. Es un voto totalmente libre de este tipo de condicionamientos. 
Pues bien, tanto en 1974 para el divorcio, como, mucho más, en 1984 para el aborto, los italianos han dado la imagen de un país libérrimo y moderno, han dado un voto de progreso. 

Tanto en el norte como en el sur, en las ciudades como en el campo, en los barrios burgueses como en los obreros y proletarios. 
En las elecciones políticas y administrativas la situación cambia, incluso con pocas semanas de distancia. 

Pero creo que sé lo que está pensando: ya que declaramos que somos un partido “diferente” de los demás, usted piensa que los italianos tenemos miedo de esta diversidad.         

Sí, así es, pienso precisamente en esta proclamada diversidad vuestra. Algunas veces ustedes hablan de esa diversidad como si fueran marcianos, o como  misioneros en tierra de infieles, y la gente desconfía. 

¿Puede explicarme con claridad en qué consiste su diversidad? ¿Hay que tenerla miedo?

Sí, algunos tienen razones para tener miedo, y usted entiende perfectamente a lo que me refiero. 
Para responder claramente a su pregunta, enumeraré con puntos muy claros  en qué consiste nuestro ser diferentes, y de esta forma espero que ya no haya lugar para equívocos. Es decir: en primer lugar, nosotros queremos que los partidos cesen de ocupar el Estado. 
Los partidos deben, como dice nuestra Constitución, contribuir a la formación de la voluntad política de la nación y esto pueden conseguirlo no ocupando parcelas cada vez más amplias de Estado, cada vez más numerosos centros de poder en cualquier campo, sino interpretando las grandes corrientes de opinión, organizando las aspiraciones del pueblo, controlando democráticamente la actuación de las instituciones. 
He aquí la primera razón de nuestra diversidad. ¿Le parece que esta diversidad pueda infundir  tanto miedo a los italianos?    

Usted ha dicho varias veces que la cuestión moral es hoy el meollo de la cuestión italiana. ¿Por qué? 

La cuestión moral no se agota en el hecho de que, si hay ladrones, corruptos, chantajistas, se debe desenmascararlos, denunciarlos y meterlos en la cárcel. 
La cuestión moral, en la Italia actual, tiene que ver con la ocupación del Estado por parte de los partidos gubernamentales y de sus corrientes, tiene que ver con la guerra de bandas, tiene que ver con esa concepción de la política y con esos métodos de gobierno,  que simplemente hay que abandonar y superar. 
Y los otros partidos pueden demostrar que son fuerzas de renovación seria solo si afrontan de verdad la cuestión moral, remontándose a sus causas políticas. Pero inmediatamente después, lo que debe interesar realmente es el porvenir del país. 

Si se sigue actuando de esa forma, se corre el riesgo de que en Italia se reduzca la democracia, en vez de ampliarse y desarrollarse: se corre el riesgo de ahogarse en una ciénaga. 
¿No ha llegado el momento de cambiar y construir una sociedad que no sea un basurero?     

Giulio Andreotti y Aldo Moro

Antonio di Pietro


¿España hoy?

Angel Velazquez
esmarconi@hotmail.es

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